7 jul 2015

La Tierra Querida

Gustav Mahler
“¡La tierra querida por todas partes / Florece en la primavera y reverdece de nuevo! / ¡Por todas partes y siempre la lejanía luce azul! / Siempre… siempre…”.
Estos versos finales de Das Lied von der Erde, La canción de la Tierra, escritos por el propio Gustav Mahler e insertados en la traducción de los poemas chinos que utilizó en la obra, Die Chienesische Flöte, adaptados por el poeta alemán Hans Bethge, nos ilustran acerca de las últimas claves en lo que se refiere a la idea que Mahler tenía acerca de la vida, la muerte y la resurrección. Lo mismo que la vida en la tierra nace, muere y renace, la música cifra la esperanza de una permanencia de la vida, de una vida eterna, entendida como metamorfosis, como retorno tras el umbral. Siempre. Siempre…
Esta “sinfonía para tenor y contralto (o barítono) y orquesta” fue el subtítulo que aplicó a la obra el propio autor, que también llegó a denominarla “sinfonía de lieder”. Alma Mahler, nos cuenta al respecto:
“Trabajó intensamente todo el verano, se refiere al de 1908, en las canciones para orquesta, sobre texto de los poemas chinos de Hans Bethge. El alcance de la composición crecía a medida que trabajaba. Vinculó los poemas separados y compuso interludios, de modo que se vio arrastrado cada vez más a la forma musical más afín a él: la sinfonía”.
Mahler seleccionó siete de los cuarenta poemas de la serie, refundiendo en uno solo los dos últimos de los por él elegidos. La estructura formal de Das Lied von der Erde queda articulada, pues, en seis partes, encabezada cada una no por el título del correspondiente poema, sino por el que, el mismo Mahler, redactó al efecto:
“Das Trinklied von Jammer der Erde”, brindis por la miseria de la tierra. Este era el título que había pensado Mahler en principio para el conjunto de los “lieder”, limitándolo luego a que lo fuera del primero por pensar que no debía ofrecer sugestiones apriorísticas generalizadoras. Este “Allegro pesante”, auténtico primer movimiento de la “sinfonía”, se arma sobre un motivo que es parte de la gama pentatónica china, y a su lenguaje desesperado, pesimista, se le ha señalado como inmediato precursor del expresionismo de Arnold Schönberg.

“Der Einsame im Herbst”, el solitario en otoño. Una serena melancolía sirve de eficaz contraste en este segundo “lied” –que sería el tiempo lento-, al clima desgarrado del primero. Confiado a la contralto, se adelgaza también en él la densidad orquestal para que así queden más delicadamente expresados los tintes suplicantes.

“Von der Jugend”, de la juventud. Es la más breve de las seis canciones y también la de talante más riente y danzarín. Rebosa asimismo, a través de su alusión a porcelanas, jades, sedas y aguas, un exótico refinamiento, apoyado en una cuidada y delicada orquestación.

Das Lied von der Erde
Brigitte Fassbaender, mezzo soprano. 
Francisco Araiza, tenor
Wiener Philharmoniker. 
Carlo Maria Giulini, director.

“Von der Schönheit”, de la belleza. Sobre una atmósfera transparente, sacudida en su mitad por un período agitado, nos habla de unas jóvenes arrancando flores de loto a la orilla de un río, que son sorprendidas, bien que pasajeramente, por un grupo de jinetes y un caballo desbocado. Es este episodio el que sugirió a Teodoro Adorno su famosa idea de interrelacionar la “Recherche” de Proust con esta invención mahleriana: “Las muchachas en flor de Balbec, escribe Adorno, son las mismas que las jóvenes chinas que en Mahler cogen flores”.
“Der Trunkene in Frühling”, el ebrio en primavera. En este quinto “lied”, una suerte de “scherzo” de la “sinfonía” en unión de los dos anteriores, reaparecen los tintes expresionistas apuntados en el primero. El borracho –que canta un semitono más alto que la orquesta- increpa al pájaro que le despierta con el anuncio de la primavera.
“Der Abschied”, la despedida. Este “lied” ultimo, cuya duración es la de los otros cinco juntos, utiliza dos poemas, “La espera del amigo” y “El adiós del amigo”, separados por un fúnebre intermedio orquestal y a los que Mahler añade como clausura unos versos propios, coronados con el milagroso “ewig” (eternamente). La soledad y la cercanía de la muerte, le habían dictado a Gustav Mahler los pentagramas más henchidos de emoción que nunca escribiera. Con ellos, con “Der Abschied”, nos dejó dicho ,gloriosamente, su adiós al “lied”.

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